Me ganaba 2.600 millones de pesos en la lotería. Me llenaba de alegría. No lo podía creer. Al ser un pozo tan alto, la prensa buscaba al ganador.
El día que tenía que cobrar mi premio me disfrazaba con un bigote postizo, unos anteojos para leer y un traje con corbata, haciéndome pasar por el abogado que me representaba.
En la conferencia de prensa leía una carta: “Inspirado en el Señor Farkas, ejemplo de vida, mi representado ha decidido donar más de la mitad de su fortuna a través de una Fundación de ayuda. Específicamente, construirá un Colegio gratuito para niños en condiciones marginales, la cual contará con una escuela especial de fútbol. De esta forma, además de educar, se buscarán talentos deportivos, siendo la Fundación el representante de los futuros alumnos que terminen jugando en forma profesional”. Terminaba la conferencia y dejaba el lugar en medio de fotografías y preguntas de periodistas sin responder.
Al día siguiente salía en todas las portadas de los diarios y titulares de noticiarios. Personalidades del Gobierno, Iglesia, televisión y farándula, elogiaban mi filantropía y destacaban mi iniciativa.
Por mientras, yo festejaba con mi familia. Lo inmediato era una fiesta de 2 días con todos mis amigos y regalaba 100 millones entre la familia cercana. Me compraba una casa con un amplio taller solo para mí, el cual me serviría para escribir, pintar, tocar la guitara, tener variados equipos computacionales para editar videos y proyectar una gran pantalla de televisión con sonido para ver partidos de fútbol y películas en cómodos sillones situados junto a un pequeño bar, el cual estaba adornado en el fondo con una gran mapamundi que me serviría para ir programando los próximos viajes por realizar.
Luego de decorar mi nueva casa, viajaba durante 6 meses partiendo por Asia. En ese período de tiempo asentaba las bases de mi nueva Fundación. Al regresar, compraba una gran pizarra para dejar colgada en la puerta de la cocina y así programaría mi horario de la siguiente forma: De Lunes a Jueves de 8:15 – 15 hrs. estaría dedicado a mi Fundación. Las tardes las repartiría entre clases de guitarra, fotografía, historia y cine. Entre medio gimnasio, tenis y cualquier actividad física. Los viernes intentaría que queden libres para levantarme tarde, o para partir a Maitencillo por todo el fin de semana.
Al comenzar mi nueva empresa, y utilizando mi nueva imagen, me reunía con Farkas y Marcelo Salas, a quienes les solicitaba su apoyo como Directores de la Fundación. Ambos, con quienes conciliaba exquisita amistad, aceptaban gentilmente mi invitación.
Con los años, el Colegio y la escuela de fútbol serían todo un éxito. Ya habían salido 10 generaciones de cuarto medio, y algunos ex alumnos ahora profesionales, trabajan activamente como académicos o labores administrativas. Teníamos aportes privados que financiaban íntegramente a nuestra empresa. Inclusive teníamos un alumno de la escuela que luego de haber jugado en Colo Colo y River Plate, ahora firmaba por el Barcelona de España, entregando un gran aporte financiero y de marketing, ya que activamente promocionaba nuestra causa haciéndonos conocidos en el mundo entero, siendo el momento de mayor éxtasis cuando convirtió el gol por Chile que nos hacía campeones en el último minuto en la final de la Copa América, quien sacándose la camiseta mientras corría a celebrarlo a la galería, bajo esta, tenía otra con el nombre de nuestra Fundación.
Fue justo en ese momento cuando empezó a salir el agua helada de la ducha, lo cual me sacó del trance en el que me encontraba, dejando hasta ahí mi baño.
Mientras me sacaba, abrí la ventana y de reojo divisé como el vapor salía al frío del invierno, llevándose consigo este cuento.
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